¿Qué Fue de la Escena Anime de los 90`s?

Paul Eric
Ácidos Literarios
Published in
6 min readSep 13, 2019

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Es extraño. Estuve tratando de recordar los muchos fanzines que a fines de los 90, y comienzos del 2000, compraba. Se me viene de inmediato a la memoria la revista Kyodai (y su imperdonable fin sin aviso a nadie), y un fanzine llamado Ryu, el dragón otaku. Había otro, el Otaking, donde en los suburbios se manejaba la información de que uno de los dos encargados de aquellas páginas fotocopiadas era un rancagüino. Sé que hubo muchos otros fanzines por ahí, algunos venidos de muy al Sur incluso, pero no recuerdo los nombres. Quizás mi memoria se avergüenza de tal pecado. Sí recuerdo uno (no el título) que era característico por emplear un lenguaje rico en la forma en narrar las críticas y ensayos a los mangas y animes de turno. En las cartas que los lectores enviaban, siempre se les galardonaba por el gesto. Yo también lo hacía.
Un día mi hermano decidió dibujar un mono y enviarlo a la Kyodai. Hoy, casi no me quedan (las vendí), pero sí tengo el número donde sale la mención y el dibujo de él.

Después empecé a cartearme con gente de todo Chile que tenía intereses parecidos a los míos. Recuerdo a una chica en especial, de Illapel, la cual me enviaba dibujos tan increíbles que comenzaba a dudar si era merecedor yo del tiempo que ella empleaba en tirar líneas. Para mi cumpleaños me llegó por encomienda un regalo de ella con un dibujo pintado en alguna especie de tela. Era un lienzo increíble que tuve colgado en mi cuarto mucho tiempo. Mi fascinación por ella se hizo grande. El fin de un ciclo: un detalle aprendido de lo que no se debe escribir a una señorita con lápiz y hoja. Estaba en primero o segundo medio; lo que significa que fue el 98 o el 99.

Lo interesante fue que mi interés por el anime fue creciendo hacia límites insospechados. Ahora que han pasado tantos años he llegado a la conclusión de que mi afán partió porque, en Chile, siempre estuvo presente esta idea absurda y morbosa de que los monos chinos eran violentos. ¡Y qué razón tenía! Eran animaciones geniales. Hubo un tiempo, antes del 2000 creo (cuando todavía el VHS era la plataforma gobernadora) en que en las videotecas se prohibió el arriendo de algunas cintas. Dragon Pink, Urotsukidoji, City Hunter y Ninja Scroll son sólo algunos de los títulos que cayeron en el ridículo balde. Digo ridículo, pero entendible, pues casi todo lo que estaba llegando a Santiago eran copias piratas. La excusa de la violencia y el porno pudo haber pasado piola, quizá, si se arrendaran videos originales.

Todo aquel ocultismo causó en mi una atracción irresistible. Se trataba más que seguir viendo las series que pasaban en la tele. El conocimiento fue creciendo junto con las espinillas. Fue así como, sin darme cuenta, estaba yendo y volviendo a pata del liceo a la casa, de lunes a viernes, para así juntar chauchas y gastarlas en los nombrados fanzines de allá arriba. Después llegué al nivel siguiente; aquel de comprar mangas, las muy reconocidas revistas especializadas traídas de España, las trading cards chilensis (que no eran más que un ordinario pedazo de cartón plastificado que te costaba 500 pesos cada uno, pero los comprabas igual) y un sinfín de pósters. Muchas veces fueron necesarias las visitas a Santiago porque, acá en Rancagua, sólo teníamos dos tiendas donde comprar lo que buscábamos. Una de ellas sólo vendía anime y merchadinsing, pero lo que pasaba en la otra era una vergüenza: te vendían las Minami o las Shirase a 5 lucas. ¡5 lucas! Ahí mismo vendían fotocopias de Hellraiser al mismo precio. Pero era una copia rasca que sólo morbosos como uno compraba. Acá es cuando aclaro que no solo compraba manga, sino cómic también. Y es que siempre he sido un lector del noveno arte.
*Dato: pasados un par de años las Minami empezaron a venderse en los kioskos de todas las esquinas a 3 mil. Fue ahí cuando todos entendimos con cuánto nos habían cagado.

Un día fui a Santiago y del Eurocentro me traje el manga de Blood (una especie de elseworld del anime Blood: the last vampire). Un tomo de lujo de unas doscientas páginas. Se me ocurrió llevarlo al liceo para lucirlo. Tenía una compañera de curso: una chica de sonrisa bonita, cabellos de oro oscuro, y siempre me fijaba que el color de sus panties lograba que sus piernas se vieran seductoras. Ese día me pidió el manga para leerlo mientras pasaba el recreo. No me lo devolvió y, con una cara bonita, dijo que al otro día sí lo haría. No pasó ni al otro día ni nunca. Con su voz de mezcla de barbie-otaku-peuca fue que me cagó.
Con ella misma que organizamos, para el Día del Alumno del año tanto, un ciclo de anime en el liceo. Llegó demasiada gente. Más de la que hubiéramos pensado en un principio. A mi compañera se le ocurrió que sería buena idea arrinconar todas las mesas hacia las orillas de la sala, para así el que quisiera compartiera sus revistas las dejara encima para que todos pudiéramos leerlas. Tal fue mi sorpresa al ver que muchas, quizá demasiadas, de las revistas tenían mi firma en la primera hoja (tengo la costumbre de hacerlo en todo lo que sea de mi pertenencia y de papel). En un oscuro pasado había vendido parte de mi material y ahora que estaba viendo mi nombre en tantos lados lo quería todo de vuelta. Uno de los días triste de mi adolescencia.

Hoy desperté y quise ver un rato Ghost in the Shell, la versión antigua, por cierto. Y no pude evitar sentir melancolía. ¿No les pasa que hoy se siente que el anime ya no es lo que fue? Lo digo al punto que me enferma tener que ver tantas series basadas, de alguna manera u otra, en cabros chicos que están en la escuela. Puede ser un anime de acción, pero basado en la escuela. Puede ser ciencia ficción y de nuevo, basado en la escuela. Son de terror, pero Lovecraft está en las aulas.

Lo otro que nadie va a negar es que el diseño de personajes ha evolucionado de forma general en Japón. Y he acá mi problema: no me gusta. No me entra. No hay caso. Yo me quedo con lo "antiguo". Esos monos chinos de Vampire Hunter, y su versión Bloodlust, Akira, Spriggan, Memories, Ninja Scroll, Demon Hunter... Hoy, el mono chino ha evolucionado de manera tal que el dibujo parece más infantil. Haré la siguiente comparación: por ejemplo Ninja Scroll (1993) difiere mucho de The Sword of the Stranger (2007). Entiendan mi concepto: lo que intento decir acá es que la forma de dibujar y hacer animación ha cambiado. Y permítanme decir que la segunda me gustó casi tanto como la primera (aunque Jubei es irreemplazable).

Han pasado los años y hoy no veo anime. Si lo hago es un rato y, salvo excepciones, veo cosas del tipo del tipo El Puño de la Estrella del Norte, o leo a la Madre Sarah.

Volviendo al cliché de siempre, de gustos hay para todos... o quizás he sido yo quien ha terminado por convertirse en un viejo saciado.

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